miércoles, 12 de junio de 2019

Líquido


Es un navegante sin barco.
Los únicos remos que conoce son las teclas del ordenador,
o una pantalla táctil que le roba el alma a las yemas de sus dedos.
Lee las historias de desconocidos buscando verse a sí mismo en el punto final,
escucha canciones con dedicatorias ajenas hasta que
las melodías se cuelan dentro de sus oídos provocando
recuerdos fabricados.
Es un navegante sin barco
y el mapa del viaje se puede leer en las pesadas bolsas
que cuelgan de sus ojos.
Sueña con pequeñas ínsulas de palabras escritas por él,
para que el día de mañana algún otro repita su destino,
sumergido en una vida intermitente que se derrama
como una cascada artificial, en venta.

Distracción


Emilia estaba harta de escuchar el sonsonete inentendible del profesor de inglés, entonces decidió mirar por la ventana y despejarse lanzando la vista para cualquier parte. En el edificio de en frente había un pájaro blanco metido en una jaula y una anciana parecía estar cambiándole la comida. Se escuchó un estruendo sobre su pupitre y al volver los ojos al fentre, su vista se encontró con la del maestro que la miraba desafiante. Sacó su cuaderno y comenzó a anotar en desorden lo escrito en el tablero, pero después de un rato se distrajo de nuevo mirando a la ventana. El pájaro ya no estaba en la jaula, se encontraba posado en el hombro de la anciana, mientras ella miraba la televisión. El maestro pidió que sacaran una hoja y así se hizo. Emilia no tenía idea si quiera de lo que estaba escribiendo en el papel. Mientras fingía escribir algo, miró a la ventana de nuevo y observó que el pájaro picaba la oreja de anciana; miró con más cuidado y notó que el pájaro halaba con el pico un hilo ensangrentado que venía del interior del oído de la mujer. Gritó horrorizada en medio de la clase y el profesor vociferó algo que no pudo entender, pero leyó en su cara que debía salir del salón. Cuando Emilia salió del edificio vio un remolino blanco bajar a toda prisa del cielo, acompañado de chillidos estridentes; sintió un aleteo seco, el arañazo de unas uñas puntiagudas en el hombro, el roce de unas plumas en su mejilla y un dolor fulminante en el oído.

viernes, 17 de mayo de 2019

Urbanalidades


Mientras todos van de fiesta
me he quedado sepultada entre mi balcón y la luna,
callada,
masturbándo a las luces eléctricas:
la ciudad gime estruendo de bares,
de pasos que buscan la nada,
de heridas de ruedas en las calles,
de sabor a cerveza,
de olor a humo extinto,
de volumen desvanecido
que hace más ténue
el anaranjado orgasmo de la madrugada,
mientras los grisáceos jardines,
sienten en la cara 
el rocío de su placer. 


martes, 5 de marzo de 2019

Un cuento de acción


…El detective Fernández estaba en plena persecución, la avenida séptima de la capital estaba llena de pólvora. Fernández lograba esquivar las balas echando su cuerpo para atrás, sosteniéndose con astucia del techo de la patrulla. Inmediatamente respondía los disparos de sus contrincantes, encajándole a cada uno un tiro en medio de las cejas; estos iban cayendo por las ventanas laterales de camionetas negras y blindadas, manchando de sangre el pavimento.

Ya solo quedaba un auto en movimiento. Fernández sabía que era su compañero, Rendón, quien estaba a bordo del mismo; había trabajado con él veinte años, pero ahora, indiscutiblemente era el infiltrado de las mafias del narcotráfico en la policía. La caravana de tiros se encaminaba hacia el centro de la ciudad, mientras el cerro iluminado de Monserrate los observaba parpadeando. Una bala se incrustó en el brazo de Fernández y tuvo que volver a entrar en el vehículo.

La camioneta negra logró cerrar el paso a la patrulla. Rendón le dio un disparo al conductor, quedando así frente a frente con Fernández, quien únicamente contaba con una bala en su revólver. Cuando el dedo de Rendón apretaba el gatillo, de pronto se oyó un estruendo y cayó de espaldas. El conductor de la patrulla, apenas vivo, le disparó en la nuca con las últimas fuerzas que le quedaban. 

—¡Eeeeeeee!, perdieron los malos. ¡El detective Fernández es el mejor!. ¿De verdad así de emocionante es tu trabajo papito?

—Sí, hijo, incluso muchísimo más- dijo el Sargento Fernández mientras hacía una pose heroica. —Te quiero Dieguito. Duérmete ya, mañana te cuento otra historia del trabajo. —besó la frente del niño, apagó la luz y salió del cuarto. Pensó que tal vez sería mejor leerle un cuento real, de algún escritor renombrado de novela policiaca o algo así. Se lo compraría en los próximos días, ya solo era cuestión de esperar para que llegase el próximo soborno.