domingo, 26 de noviembre de 2017

Cuando el insomnio es quien recluta


Cansado de dar vueltas en la cama, el pobre diablo de semblante quijotesco y labios púrpura ha intentado hacer un pacto con Morfeo, que otra vez lo abofeteó con sus alas. Despierto pero dormido… Se enterró un alfiler en las llagas y vio su líquido vital transformado en agua ceniza.

Se aproximó a la ventana y sintió retumbar su letargo al ver las balas de la lluvia perforando el arco colorido del cielo. Arco que él percibe en matices carbonizados, que quisiera delinear con su espada envainada en polvo, para esperar que lo mate tiempo.

El cañón ágil de su fiel compañera se convirtió en telescopio: revela la hostilidad del paisaje marchito que él mismo hizo trizas. La caneca de ladrillos en la que apenas existe, está tapizada por primeras planas unidas por suturas, unidas por el cuero salvaje que recubre su cuerpo de lánguido autómata de la muerte.

Algún recuerdo mutiló las ganas de estar vivo y apenas consigue agitar su bandera tejida en retazos de basura. Sus lágrimas no logran borrar la pintura desvanecida de su arrepentimiento, la falsedad de su señor feudal lo sepulta y acribilla en sus cuatro muros, mientras sueña con la risa macabra de otros tiempos.

Un fantasma de carne y hueso que desde su cama intenta sustituir las imágenes pero vuelve a dibujar las mismas; tatuadas en sus manos las súplicas, salpicada en su uniforme la agónica esperanza, los lamentos que le taladran la cabeza a cadena perpetua, son los barrotes que lo encierran en la jaula de su justicia.

domingo, 19 de noviembre de 2017

¡DISPARA!

A RIMBAUD

Un cañón dibuja un círculo en mi frente. Deja que te cuente una historia, deja que te recite un par de prosas, deja que te dicte mi epitafio. Me pides que me arrodille y no sabes que soy un rodamonte, yo muero de pie y es mi clorofila un veneno que salpicará tus ojos.

Un cañón dibuja un círculo en mi frente. Eres  un reptil que muerde su cola, una plaga caída del cielo, es tu patria el trapo sucio de Dios. Yo vengo de la tierra, y son mis raíces las que me has de devolver al plantar en mi cabeza las municiones. Me asqueo de la parte “pura” que corre por mis venas; habría preferido mi sangre  manchada de flores, de ríos y del olor de la selva, mi carne perseguida por animales mortíferos, pero la heriste con la santísima espada del evangelio.

Un cañón dibuja un círculo en mi frente. Soy falso, soy un ladrón, soy mediocre… Naufrago en el agua de cementerio por la que conduces tus carabelas. Pero también soy un esclavo, que no dudaría en poner en la piedra de sacrificio a tus profetas y hundir en su corazón el mismo puñal. Soy incapaz de comprender el lenguaje de la infamia a pesar de que el pincel del cuerpo bendito endemoniara mi piel con su color.

Un cañón dibuja un círculo en mi frente. Me hablas de una redención: la prisión de mis instintos. Encontré un éxtasis divino en mis pesadillas, dulce el sabor de mis heridas. Desnudo sobre esa cruz en las alturas he gritado “amén” para que sonrías de asco y de placer. Quiero escuchar la última nota de tu escopeta recortada, sentir mis labios alegres y saborear los ríos escarlatas. Ahorcado al filo de la luna, mi cuerpo malformado te ha de perseguir.

sábado, 18 de noviembre de 2017

La Sed del Ojo: un rollo completo sobre el libro de Pablo Montoya Campuzano

Un negativo
La sed del ojo muestra una Francia decimonónica, donde el falso liberalismo y las calles saturadas por el comercio sexual son la escenografía cotidiana de la vida Parisina. En las páginas de la novela se echan a andar personajes decadentes se venden por algunos francos y una pizca de placer, en contraste los protagonistas de la historia persiguen el carácter sublime de la desnudez.

El álbum entero
De antemano un dato que a mi parecer es primordial: la novela está narrada por tres voces; cada una dibuja, en su perspectiva, la obsesión por la desnudez. Estas voces corresponden a Madeleine, un policía de París que investiga un caso sobre la difusión de fotos pornográficas, lo que no solamente persigue por ser un delito, ya que se siente obsesionado íntimamente por las fotografías; Belloc, el fotógrafo que hace las capturas de los desnudos, quien trabaja con la técnica del daguerrotipo y la estereoscópica; Chaussende, un médico, amigo de Madeleine, coleccionista de arte que comparte amenas conversaciones sobre pintura con el policía.
La época donde se construyen los hechos es el siglo XIX, entre 1850 y 1860, lo que solamente es claro por indicios: frases como “en estos tiempos Napoleónicos”, la referencia a artistas como Hector Berlioz, y otras pequeñas menciones históricas.
La voz que comienza es la de Pierre Madeleine, lleva siguiendo la pista de un fotógrafo que elabora y distribuye fotografías no solo de desnudos, también de imágenes de la cópula; en este momento ya tiene la orden de captura contra Auguste Belloc, un hombre que aborrece y admira a la vez. Madeleine explica que no odia la fotografía, de hecho también tiene predilección por las imágenes de desnudos, sin embargo lo que le molesta es la distribución, puesto que se prolifera la mirada vulgar sobre la desnudez, aquella que reduce al cuerpo a lo físico y resta el carácter artístico; el problema no está en la imagen, si no en la mirada lasciva y repugnante que le lanza el ojo común. En los siguientes párrafos el investigador, presenta a Chaussende, un médico que colecciona y analiza arte por afición, busca en cada pintura un atractivo que le sugiera la epifanía; al entrar este personaje en escena casi siempre entra a colación alguna pintura, la primera que se menciona es La bañista de Valpinçon de Dominique Ingres (1808), y los dos personajes van dibujando el lienzo y examinándolo, para encontrar entonces el deseado puctum.
La voz que continúa es la de Auguste Belloc, quien comienza explicando cómo comenzó a fotografiar desnudos; las palabras de Belloc hacen referencia más que nada a lo técnico, a lo profundo del manejo de la fotografía y del proceso de las imágenes. En la búsqueda de pistas Madeleine va conociendo personajes indispensables: en primer lugar a Juliette Pirraux, una prostituta con una belleza andrógina que guarda información sobre Belloc y sus fotos, además provoca en Madeleine un deseo férreo de observador. Los encuentros frecuentes con la señorita Pirraux son furtivos, y el policía los narra con lentitud. Dentro del olfateo de rastros, se encuentra en un bar de los suburbios de París con un soldado llamado Lefebvre. Madeleine intenta sacarle información, pero el soldado se rehúsa, sin embargo después de unos tragos el mismo militar da a conocer al investigador varios paquetes de daguerrotipos sobre todo mostrando actos sexuales, en las cuales el mismo soldado es el actor.
Chaussende es médico en un hospital parisino, y atiende a las mujeres víctimas de enfermedades venéreas, es por eso que necesita el arte: para olvidar el herpes, las gonorreas y todas las heridas repugnantes que su trabajo demanda, en él siempre vive el contraste de la decadencia y la suciedad con la belleza y lo sublime. Belloc habla sobre el delito del que se acusa, sin embargo no se siente acorralado, eso es lo que da a entender a lo largo de la novela.
Se presenta en parís la orquesta sinfónica de Hector Berlioz, en esta reunión convergen importantes figuras de la élite francesa, y para la sorpresa de Madeleine, dichos burgueses son los compradores principales de los daguerrotipos pornográficos, pero en su mayoría tienen la cara cubierta por máscaras y antifaces. Entre la multitud Madeleine ve al Doctor Chaussende, pero no lo saluda, simplemente observa los daguerrotipos que ofrecen para la  algunos disfrazados del lugar.
Chaussende gusta de la música de Berlioz e ilustra cada fraseo instrumental, siente que la melodía evoca la persecución de Io, como si en cada conversación entre instrumentos estuviese Zeus persiguiendo a la joven. El médico sentía ver con cada cadencia, la silueta de una mujer difuminándose, como si quien escucha persiguiera a esa muchacha que huye velozmente en cada compás.
Husmeando en los archivos fotográficos confiscados por la prefectura de París, Madeleine encuentra un fotógrafo que parece ser el precursor de los desnudos, su nombre es Jacques-Antoine Moulin. El investigador busca la nueva dirección de Moulin, quien ahora se dedica a los retratos familiares para recuperar algo de prestigio. Madeleine se hace retratar por ganar tiempo, y calculando sus palabras logra entablar una conversación con Moulin, hasta llegar a preguntarle por sus fotografías de adolescentes desnudas; Mouline le comenta que ya no le queda de dichas imágenes, pero que podría conseguir algo distinguido en un taller de la calle Lancry si preguntaba por Auguste Belloc.
Mientras Madeleine se prepara para su visita el taller de Belloc, Chaussende se encuentra en el aposento de Carmen, una prostituta española que le recuerda a La maja desnuda, de Goya, hace que la mujer se ponga en la misma posición de la modelo del cuadro, para que seguido de esto le practique una felación.  
En el camino al taller de Belloc, Madeleine rememora que las mujeres de las fotos, aunque parezcan diosas o logren mostrar una lujuria celestial en las capturas, siguen siendo rameras o mujeres que necesitan dinero. Al llegar se encuentra con la señora Ducellier, una empleada de Belloc que tiene el oficio de “colorear”, o encargarse del secado y proteger los pigmentos a la hora de la impresión de la fotografía. Madeleine termina por inspirarle confianza a Ducellier, y la mujer le muestra la fotografía de una vulva, lo que le da al policía todas las pruebas para detener a Belloc.
La siguiente voz es la de Belloc ya en su celda, en ese instante se presenta Madeleine, quien le revela que es él quien tiene la mayor parte en su proceso judicial. Por pequeñas frases Madeleine le da a entender su admiración a Belloc, y este le suplica que guarde 24 fotografías. Finalmente Madeleine las esconde dentro de un herbario, lo que se sabe cuándo se las muestra al Doctor Chaussende. En el último capítulo Madeleine cuenta con amargura que Juliette Pirraux está enferma, y la afección es mortal por la carcome desde el útero, piensa en visitarla, pero al llegar al apartamento de la joven la ve salir, y se queda escondido detrás de una fachada observándola.

Lo que se escapa entre tomas

Varios de los sucesos se narran en la novela son reales, Montoya los conoció en sus años investigando la historia de París y quiso recrear los hechos con su estilo escritural. Auguste Belloc en realidad existió y los 24 daguerrotipos salvados reposan en la Biblioteca Nacional de Francia. La orquesta de Hector Berlioz (1803) también existió y el tema de la escena de persecución se llama Symphonie Fantastique. El único ápice de anacronía que se le escapa a Montoya es la citación de un fragmento del capítulo 7 de Rayuela, lo que disfraza sugiriendo un recuerdo borroso de Madeleine sobre un poeta belga. Las obras de arte que se mencionan son: La bañista de Valpinçon de Dominique Ingres; Eva de Durero, Florencia de Tiziano, La Maja desnuda de Goya, La odalisca rubia de François Boucher y Ariadna de Vanderlyn. El daguerrotipo es un procedimiento fotográfico que data de 1839, la imagen se forma sobre una superficie de plata pulida, las placas eran de cobre plateado; la imagen revelada está formada por partículas de aleación de mercurio y plata. La estereoscópica es una imagen que devela una profundidad que da una percepción realista o si se quiere tridimensional.

Medina Reyes tuvo un par de buenas ideas...

“Betty no tiene  idea de lo que es un matamoscas, no sabe quiénes son Sid y Nancy, no lo sabe.” <<Y usted tampoco>>, eso pensé apenas terminé de leer esa línea. En el primer capítulo hay una indicación te dice “Suena música de los Sex Pistols” y cuando leí “El tipo que canta se llama Sid Vicious”, supe  que, quien narraba,  no tenía ni idea de la banda. El que cantaba era Johnny Rotten. Se supone que Sid tocaba el bajo; lo que tampoco era cierto, pues no tenía idea de cómo hacerlo, solo se subía a alardear con el instrumento desconectado para evitar dejar a la banda en ridículo. El recuerdo de esa lectura y del pensamiento vino a mi memoria una noche mientras caminaba por la décima con quince en compañía de unos amigos; algunos de ellos tampoco sabían quiénes eran Sid y Nancy, y en realidad les interesaba muy poco, y a pesar de ello habían leído la novela de Medina Reyes así que charlamos un rato sobre varias cosas del texto.

“De pronto Medina si sabe cómo fueron las cosas en esa banda, el que no sabe es Rep”, les comenté, y trago tras trago fantaseaba con encontrarme al tal Rep por la 26 o por alguna calle de Chapinero y dejarle un recuerdo de mis botas en la nariz.  Rep, era un tipejo que había tomado un curso de cine y se le ocurrían un par de ideas para crear películas independientes; no tenía por qué saber de música. Sin embargo, debía saber que Sid era de Londres. Sid corría ebrio o drogado por las calles de la capital del Reino Unido, con una cerveza en la mano o arrojándole tampones usados a los transeúntes; supe por Alan Parker que frecuentaban un bar que quedaba en la Oxford Street y que hacían estragos, él y sus compañeros, por Piccadilly Circus y otras avenidas del centro. En Londres las calles tienen nombres, recordando a algún héroe patriótico o haciendo referencia a lugares históricos. Si las calles de Bogotá tuvieran nombre ¿Cómo se llamarían?, la calle del grafiti del león de tres cabezas, la calle del árbol gigante…

El Zombie decía que le gustaría encontrar un día de estos la calle de Diógenes, no por Sinope sino por el nombre de su banda y sus canciones que se oyen en Las Nieves y en La Perseverancia. Yo me he topado con la calle de María Mercedes Carranza o con el callejón del fantasma, sin saber que tiene que ver Carranza con esa calle o si un fantasma anda por la otra; tengo presente que algunas calles de Bogotá tienen nombre, en especial las más antiguas, las del barrio La Candelaria o Las Cruces; muchas otras calles se han ganado sobrenombres: la calle de los libros, la calle de los eléctricos, la calle de los burdeles, la calle de los mariachis y aquella que llamaban la L por la forma que tenía.
Toba, uno de los amigos de Rep, vive en Chapinero, trabajó en la Zona Rosa y vendía cosas en el mercado de las  pulgas los domingos; es curioso como al escuchar estos nombres, o al leerlos, inmediatamente el cerebro los relaciona con algunas imágenes, pero en especial con números, nomenclaturas que le dan un orden a la ciudad: La Zona Rosa: la 85, Chapinero: De la 65 a la 51, más o menos. Tal vez con las pulgas se vaya dibujando en la cabeza la estación de la Jiménez y el Parque de los Mártires, parte de Plaza España y todo el trayecto que se recorre para llegar al este sitio de comercio en el que todo lo hay o si no se lo inventan. Esa noche andábamos con un aerosol de graffiti y dibujamos el símbolo de la Okupa en algunas calles, las que transitamos y conocemos, y aunque el dibujo no sea persistente a una capa de pintura nueva, estará presente en nuestra memoria cada que caminemos allí; y tras ese recuerdo la nomenclatura deja de importar para darle paso a la reminiscencia de una imagen.

Cuando ya iban a ser las 5am pasamos frente a la Plaza de Bolívar esperando el momento en que la pintura en colores fríos de la noche se fuera desapareciendo para pintar el día con colores cálidos, y recibir este nuevo lienzo con las cámaras en la mano. Repasamos las cuatro estructuras que recubren el Damero de la plaza, que ha servido de tablero de ajedrez en el desorden de las protestas y los conciertos. Tras la Catedral Primada va quedando la noche y entre la Alcaldía y el Capitolio llegó lentamente el nuevo día. Yo me dediqué a tomar videos porque el enfoqué fotográfico no es lo mío y mientras veía cambiar la escala de colores recordaba  las películas que quería grabar Rep. Las grababan en la Ciudad Inmóvil, por presupuesto. Si grabara una película la locación sería el centro de Bogotá, creo que los personajes de aquella madrugada tienen buenas historias como para pintar a Bogotá con los matices que no ve la demás gente; para mis amigos Bogotá es una utopía distópica, ellos encuentran su utopía en el caos y no solo es el espacio por el que transitan sus zapatos, porque también estas calles están dispuestas a contar historias, esas que hay perseguir. Rep trabajaba con buenos guiones a pesar de la precariedad de sus locaciones, pero yo quisiera para mi película algunas locaciones parlantes, que tengan algo que decir mientras se levantan entre colores y trazos.


Medina Reyes tuvo una buena idea con Rep, tan imperfecto y tan lejano que hasta creo conocerlo. Él deambulaba por la Ciudad Inmóvil, caminando hacia el mar mientras el agua le baña los pies, y yo lo recuerdo mientras la polución secuestra mis pasos; él escuchando a Sex Pistols y Nirvana, yo escuchando las canciones que el Zombie canta con la botella de vodka vacía evocando el micrófono de un estudio de grabación, y mientras Rep se traga y vomita la historia de Viciuos y deja de sentir el sol insoportable, yo sigo leyendo su historia que me parece más entretenida y real que la de Sid y Nancy, mientras el comienzo de una balacera de granizo me golpea la cabeza.