Como
un becerro perseguido por un rayo, Old-Y corrió por lo ancho de la Caracas impulsándose
para emprender el salto en el descuido de las puertas automáticas. Un resbaloso
aterrizaje pero estuvo dentro de la estación, a tiempo para tomar la ruta al
norte. Entró en el ciempiés motorizado, se tumbó con apatía en una de las
sillas azules y miró el anuncio corredizo de letras rojas: “Próximas paradas:
Calle 100 y Alcalá”; cerró los ojos, por un buen rato y el cansancio hizo lo
suyo. De repente, aún adormilada, escuchó una voz robótica que le indicaba la
llegada a su primer destino; atontada salió del vehículo y saltó el torniquete
para ahorrar tiempo.
Esperó
unos minutos y sintió alivio al ver el bus aproximarse. Se dejó caer en las
sillas acolchonadas y cerró nuevamente los ojos, faltaban unos cuarenta minutos
para arribar en su casa, de modo que había tiempo de hacer antesala al descanso
real. Old-Y tenía bastante marcado ese poder que desarrollan todos los que
viven en la periferia: ya sea por inercia o por costumbre, ella siempre despertaba
en el sitio de la ruta donde debía bajar. Estuvo media hora dormida
profundamente, pero inesperadamente Morfeo se ausentó en la Variante que separa
su pueblo del anterior; quedó despierta inmediatamente y no tuvo más remedio
que disponer su mente a repasar sus anotaciones mentales sobre las clases que
tendría al día siguiente y los pormenores del último fin de semana.
Se
puso de pie dos cuadras antes de su parada habitual. Se sostenía con su mano
derecha sujetando el tubo del maletero y con la izquierda una de las sillas. En
la silla se encontraba un muchacho de una palidez mortal; su acompañante le
decía que tuviese fuerza y cuando llegasen a casa podría vomitar todo lo que
quisiera, le imploraba que no regurgitara en el bus pues no tenían bolsas y el
olor sería fétido el resto del trayecto. Old-Y hizo memoria y notó que cuando
recuperaba la noción del viaje en breves interrupciones del sueño, había
escuchado al ayudante del bus exasperado: “Pues no hay bolsa, le toca
aguantarse. Como lo vea vomitando lo bajo del bus o lo hago limpiar ¿Qué
prefiere?”.
-Yo
me quedo pasando la avenida –dijo Old-Y en medio de un bostezo.
-¡Pasando
se queda! –gritó el ayudante pegándole un puño a la puerta del bus.
-Gracias
–dijo ella, esquivando violentamente el apoyo del ayudante para bajar.
Al
bajar, aún escuchaba lo que sucedía dentro del bus: se oyó un ruido similar a
un balbuceo y una bocarada golpeando el
piso, enseguida el grito del ayudante “¡Le dije que no había bolsas!”. Old-Y
sonrío, llevó la mano a su bolsillo y ondeó como bandera una bosa de rayas
azules y blancas, riendo entonces con estridentes carcajadas.