viernes, 29 de abril de 2016

Lo cotidiano...


Como un becerro perseguido por un rayo, Old-Y corrió por lo ancho de la Caracas impulsándose para emprender el salto en el descuido de las puertas automáticas. Un resbaloso aterrizaje pero estuvo dentro de la estación, a tiempo para tomar la ruta al norte. Entró en el ciempiés motorizado, se tumbó con apatía en una de las sillas azules y miró el anuncio corredizo de letras rojas: “Próximas paradas: Calle 100 y Alcalá”; cerró los ojos, por un buen rato y el cansancio hizo lo suyo. De repente, aún adormilada, escuchó una voz robótica que le indicaba la llegada a su primer destino; atontada salió del vehículo y saltó el torniquete para ahorrar tiempo.

Esperó unos minutos y sintió alivio al ver el bus aproximarse. Se dejó caer en las sillas acolchonadas y cerró nuevamente los ojos, faltaban unos cuarenta minutos para arribar en su casa, de modo que había tiempo de hacer antesala al descanso real. Old-Y tenía bastante marcado ese poder que desarrollan todos los que viven en la periferia: ya sea por inercia o por costumbre, ella siempre despertaba en el sitio de la ruta donde debía bajar. Estuvo media hora dormida profundamente, pero inesperadamente Morfeo se ausentó en la Variante que separa su pueblo del anterior; quedó despierta inmediatamente y no tuvo más remedio que disponer su mente a repasar sus anotaciones mentales sobre las clases que tendría al día siguiente y los pormenores del último fin de semana.   

Se puso de pie dos cuadras antes de su parada habitual. Se sostenía con su mano derecha sujetando el tubo del maletero y con la izquierda una de las sillas. En la silla se encontraba un muchacho de una palidez mortal; su acompañante le decía que tuviese fuerza y cuando llegasen a casa podría vomitar todo lo que quisiera, le imploraba que no regurgitara en el bus pues no tenían bolsas y el olor sería fétido el resto del trayecto. Old-Y hizo memoria y notó que cuando recuperaba la noción del viaje en breves interrupciones del sueño, había escuchado al ayudante del bus exasperado: “Pues no hay bolsa, le toca aguantarse. Como lo vea vomitando lo bajo del bus o lo hago limpiar ¿Qué prefiere?”.
-Yo me quedo pasando la avenida –dijo Old-Y en medio de un bostezo.
-¡Pasando se queda! –gritó el ayudante pegándole un puño a la puerta del bus.
-Gracias –dijo ella, esquivando violentamente el apoyo del ayudante para bajar.


Al bajar, aún escuchaba lo que sucedía dentro del bus: se oyó un ruido similar a un balbuceo y una bocarada  golpeando el piso, enseguida el grito del ayudante “¡Le dije que no había bolsas!”. Old-Y sonrío, llevó la mano a su bolsillo y ondeó como bandera una bosa de rayas azules y blancas, riendo entonces con estridentes carcajadas.