Es un navegante sin barco.
Los únicos remos que conoce son las teclas del ordenador,
o una pantalla táctil que le roba el alma a las yemas de sus
dedos.
Lee las historias de desconocidos buscando verse a sí mismo
en el punto final,
escucha canciones con dedicatorias ajenas hasta que
las melodías se cuelan dentro de sus oídos provocando
recuerdos fabricados.
Es un navegante sin barco
y el mapa del viaje se puede leer en las pesadas bolsas
que cuelgan de sus ojos.
Sueña con pequeñas ínsulas de palabras escritas por él,
para que el día de mañana algún otro repita su destino,
sumergido en una vida intermitente que se derrama
como una cascada artificial, en venta.